sábado, 21 de enero de 2012

Muerde el polvo nena.

Muérete, esputa, cállate.
Trágate tus ladridos perra. Escucha sus ronquidos en tu soledad.
Pífiate en tus remiendos, sangra, corre, llora, aúlla.
Que tiemble el mundo, que tiemblen mis cadenas, que tiemble esta mazmorra.
Hágase la luz, muéstrenme, crucifíquenme.
Arrodíllate y canta un padre nuestro, plebeya. Come el barro de mis pies.



Y ahora, pierde el sentido.
Únete al mareo incesante.
Muévete en sus olas, en su martirio.
Llega a la cresta, sube y baja.
Queriendo morir, y sin poderlo remediar.
Queriendo soñar, y sin poderlo cancelar.
Incesante, constante: de lo alto a lo bajo.


Sombras vienen y van.
Tienen el nombre de una Santa puta.
De la luz su linaje. De la oscuridad su lado salvaje.
Incontrolada, incomprendida.
No sabe dónde ir. No entiende estas normas.
No quiere humanidad, tampoco desea caridad.


Ni víctima ni maldita.
Nunca encontrará un hogar.
Muere más que vive.
Muere aquel que la persigue.